Bienvenida menopausia


En una entrevista más o menos reciente, la icónica Isabella Rossellini, con la elegancia y la gracia que siempre la han caracterizado, afirmaba que, si bien se pierde cierta belleza con la llegada de la madurez, el paso de los años podría representar una suerte de libertad e ingravidez. Puesto que, después de tener que responder a tantas obligaciones y a la necesidad de probar muchas cosas, comienza uno a decirse: “si no hago ahora lo que quiero, no lo haré nunca”.

Claro, lo dice mientras es el rostro de una conocida marca de cosméticos que se orienta en la actualidad al antienvejecimiento. A pesar de ello, impresiona genuina, pero… bueno, es una gran actriz.

Más allá de la estrategia de mercadeo a que sus palabras pudiesen ser funcionales, es un hecho que muchos estamos experimentando el hacernos mayores sin que nos parezca amenazante, muy por el contrario, la vejez puede ofrecer grandes ventajas; siempre y cuando las pensiones de miseria o una salud deteriorada no sean un obstáculo.

Como la menopausia es un indicador fisiológico y cultural de hacerse mayor y como, incluso, estudios muestran que la metilación de ADN -rasgo epigenético equivalente a un reloj biológico- se acelera en algunos tejidos a partir del cese de la producción ovárica de estrógenos (lo que, obviamente, no se observa en quienes están sometidos a tratamiento hormonal), veremos aquí qué tan mal les va en el plano de la salud mental a quienes atraviesan esta etapa; considerando, sobre todo, que los años postmenopáusicos alcanzan el 40% de todos los que toca vivir.

La transición menopáusica, que también -vale la pena aclararlo- experimentan hombres transgénero, por lo general se inicia a los 47 años con los primeros cambios en los ciclos menstruales, y concluye, literalmente, con el último de los períodos. Con los doce meses que siguen a este último, o fase postmenopáusica temprana, se completa lo que se conoce como perimenopausia.

Es ampliamente difundido que esta etapa está asociada universalmente con una pobre salud mental. Tanto así que ansiedad, pensamiento paranoide, psicosis y mayor tendencia a intentar suicidarse han sido atribuidos a la menopausia, aunque sin que tales afirmaciones hayan sido precedidas por una rigurosa revisión científica. La verdad, sin embargo, es que, si bien es más probable sufrir síntomas depresivos en la fase perimenopáusica, ello ocurre en quienes han sufrido episodios previos, mientras no existe más probabilidad de experimentar depresiones por primera vez en tal etapa. Además, los síntomas depresivos se asocian más bien a coincidentes transiciones de roles, crisis de la mediana edad, problemas de salud y, principalmente, a la incomodidad que representan los síntomas vasomotores severos y prolongados que se presentan en un 15 a 20% de los casos. El bienestar, por otra parte, que es consecuencia de no menstruar más, de no padecer trastornos asociados a estos ciclos, de disminuir la frecuencia e intensidad de las jaquecas (aunque sí se experimenta un incremento de ellas en la fase transicional) y de no tener que preocuparse más de medidas anticonceptivas, es difícil de cuantificar.

Se sabe que los estrógenos actúan sobre el sistema nervioso central, aumentando la disponibilidad de serotonina, norepinefrina y acetilcolina. Se podría concluir que la disminución de dichas hormonas, que llevaría aparejada la menor disponibilidad de los neurotransmisores señalados, incrementa la susceptibilidad de sufrir cuadros emocionales y de desencadenar algún deterioro cognitivo, pero no es así. El declive cognitivo que se observa sólo es atribuible al proceso natural de envejecimiento, no al cese de la producción ovárica de estrógenos (no hay que olvidar que se mantiene cierta síntesis a nivel de tejido adiposo).

Después de casi medio siglo de haberse medicalizado una etapa perfectamente saludable -que significó, por ejemplo, que un tercio de las mujeres británicas de entre 50 y 64 años, a mediados de los años sesenta, estuviesen bajo terapia hormonal-, en 2002 se evidenció que el tratamiento hormonal incrementaba el riesgo de cáncer de mama, no mejoraba, como hasta entonces se afirmaba, el riesgo cardiovascular y aumentaba el riesgo de accidentes cerebro-vasculares cuando se administraban estrógenos sustitutivos en forma exclusiva.

La caída en el uso de hormonas trajo una disminución de la incidencia de cáncer de mama en algunos países y, de ninguna manera, se tradujo en algún incremento en la mortalidad. Desde 2020, no obstante, el uso de hormonas ha vuelto a experimentar un aumento considerable; quizás por los estudios que insisten en el valor preventivo de los estrógenos, pero también por la validación de su uso, por períodos breves, en circunstancias específicas, como en el tratamiento de los bochornos persistentes y perturbadores, como en las alteraciones génito-urinarias severas (20% de las mujeres durante la transición menopáusica tienen muchos problemas con el sexo, por disminución del deseo y por dolor coital) y como ante la presencia de sangramientos abundantes.

Entonces, si bien es una etapa que puede representar significativas molestias para muchas mujeres, en general, la gran mayoría puede sortear la perimenopausia sin necesidad de recibir ayuda médica ni psicológica. E, incluidas quienes padecieron serias incomodidades, la vida postmenopáusica puede resultar incluso más liviana y satisfactoria que la premenopáusica.

Comentarios

  1. Muy bueno e interesante artículo. Desde otro aspecto de la salud, cabe agregar que la baja de estrógenos facilita la aparición de hipertensión arterial. Es muy importante disminuir la ingesta de sal en esa etapa.

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