Dormir con el enemigo

 

Parece muy poco defendible, en la actualidad, considerar la psicopatía (aquí usaremos este término como equivalente de sociopatía y de desorden de personalidad antisocial, aunque no son exactamente sinónimos) como un trastorno mental y, menos aún, como una condición que atenúe la responsabilidad penal. También, como sucede con todo estilo de ser, es menos sostenible que se trate de una forma categorial de personalidad, sino que su clasificación responde más a una de orden dimensional.

Quizá el encanto superficial, la falta de empatía, la propensión al engaño e, incluso, no sentir remordimiento, rasgos habituales entre los psicópatas, han sido expresión de la actitud y el comportamiento que muchos de quienes nunca se sospechó que lo fueran llegaron transitoriamente a manifestar, cuando se dieron circunstancias como las siguientes: infidelidad, adicciones o la posibilidad de faltar a las normas cuando obtener un beneficio extra no parezca representar un eventual perjuicio para un tercero y tampoco un riesgo mayor.

Existe, por otra parte, un grupo muy numeroso de individuos que funcionan en forma más o menos adecuada, que no parecen encajar en la categoría de desorden de personalidad antisocial (2 a 3% de la población), pero que, por muy inadvertidamente que hayan pasado a ojos de sus cercanos, presos habitualmente de sus tácticas confundentes, caen, finalmente, bajo la lupa crítica de quienes observan con algún desapego su hábito manipulatorio, su tendencia al parasitismo y a la explotación de los suyos. Estrategia vital mediada por el cálculo frío y por la indolencia, que sólo está motivada por tener lo que se quiere y por hacerse la vida lo más fácil posible. Como se entenderá, no se trata de una debilidad o de un defecto, sino del más craso egoísmo, y de un déficit moral que no es más que la consecuencia necesaria del primero.

Recomiendo cuidarse de un padre que ilusiona a su hijo con atractivos panoramas que rara vez concreta, haciéndole creer que es importante para él, con el afán de mantenerlo como aliado en las batallas contra la madre, o para salir mejor parado ante sus recurrentes incumplimientos pecuniarios. Lo mismo para quien se acerca a un hijo en su adultez temprana, después de haberlo abandonado, cuando ya no tendrá responsabilidades que asumir con él.

El marido que ahorra a costa del presupuesto familiar, decidiendo él en qué se invierten esos fondos, para, teniendo la ocasión, terminar disponiendo a su antojo de los mismos, puede que responda al mismo patrón.

Otro patrón claramente distinguible es el de quien se gana la confianza haciéndose el “acomedido”. Así puede que logre la indulgencia por no haber cumplido con lo esencial o, quizás, exigir una compensación futura por sus esfuerzos aparentemente desinteresados en el ahora.

Todos tenemos un familiar que profita en cierta medida de sus cercanos asumiendo una actitud victimista, pasando o bien por “enfermito” o bien por ser portador de una profunda amargura existencial, puesto que ha visto frustras sus aspiraciones y sueños. Ahí están los “buenos de corazón” que terminan subsidiando al pobre diablo.

No quisiera extenderme con más ejemplos, así que señalaré un último de estos patrones despreciables. Me refiero al cónyuge que abandona a su pareja en momentos críticos, aduciendo no estar bien o incluso justificándose por haber sufrido algún tipo de ofensa, aun cuando para nadie tenga sentido su actitud querulante. Y que quizá vuelva una vez que su concurso ya no sea requerido, apareciendo ahora como doliente. ¡Vade retro Satana!

Por supuesto, ciertos rasgos temperamentales, haber sido objeto de abuso durante la niñez y algunos aprendizajes distorsionados podrán favorecer la estructuración de este abyecto estilo de ser. Pero las decisiones, opciones y estrategias que dirigen sus acciones son deliberadas, libremente elegidas. Contar con elevada expresión de búsqueda de novedad, con bajas de evitación de daño, de dependencia de recompensa social y de persistencia, que es el perfil temperamental/constitucional habitual, pero no exclusivo de los antisociales, no te hace uno en la gran mayoría de los casos. Tampoco, haber sido víctima de abusos de todo tipo durante la infancia. Es así como la inmensa mayoría de personas que han tenido un pasado similar no se vuelven psicópatas, ni siquiera en sus versiones más atenuadas.

Un psicópata puede enfermarse de cualquier cosa y deberá recibir la atención médica o psiquiátrica que corresponda. Incluso sus rasgos deberán ser tomados en cuenta a la hora de diseñar un plan de manejo. Pero no se ilusionen suponiendo que el maldito que tienen cerca “mejorará de su condición” con algún tipo de intervención. Mi consejo: ¡arranquen apenas puedan!

Comentarios

Entradas populares de este blog

¡A desvincularnos!

Depresión y sus causas I

¿Conciencia plena?